Al final de mis días, y pasando raya con mi mujer, me quedé con una casa, un gato blanco y negro y un tablero de ajedrez. Entonces, le enseñé a jugar a mi gato. Al principio siempre ganaba yo, luego, como siempre, el alumno superó al maestro. Entonces ya no quise jugar más, el gato se fue y quedé definitivamente solo. Ahora juego contra el espejo y espero, agazapado, que ese maldito extraño de enfrente haga su movimiento final. ...