Uno de esos ámbitos es el político, que no deja de determinar nuestras vidas, y para consolidar la creencia se agarra el común de los mortales, cómo no, a una serie de mitos fundacionales. La constitución de una nación, que da lugar a un Estado (no lo olvidemos), funciona a este nivel como una suerte de verdad revelada. Los anarquistas, también desde el siglo XIX, cuando parecía que se había logrado apartar a Dios como una idea absoluta, señalaron la relación que había entre esa autoridad sobrenatural, que había condicionado las sociedades humanas durante gran parte de la historia, y la autoridad política (es decir, el Estado al que da lugar una nación con su Constitución, la ley de leyes), igualmente absoluta. El mito fundacional de la nación española, debido a una historia contemporánea más bien abrupta, es relativamente reciente: la Constitución del 78. Desde entonces, y llenándose la boca con la palabra democracia, el sistema ha construido un persistente relato ...